Recuerdo el día que fuimos a tu casa.
Era la primera vez que iba.
Tenía una emoción serena, acumulada pero calma.
Íbamos en tu auto, en silencio disfrutando del sonido del viaje.
Nada era nuevo, excepto vos. Porque todo era nuevo, excepto vos.
Llegamos en una tarde perfecta.
Hermosa casa, te dije. La estuve limpiando por si venias, me respondiste. Qué bien, porque vine.
Ojalá, dijiste. Ojalá.
Entramos a un ambiente espacioso y cómodo. La cocina se intuía a la derecha, y una pequeña mesa llena de libros y el mate de la mañana me hizo sentir en terreno conocido.
Me quedé parada reconociendo el lugar.
Frente al hogar a leña, un sillón, de esos que al mirarlos sabes que una vez que te sientes, no te levantas por nada.
Era esa hora del día en que la luz entra tibia, amable. Dura solo un momento. Lo suficiente para que todo sea más hermoso.
¿Mate? Me preguntaste. No hay nada que quiera más en este mundo, respondí.
Mientras desaparecías en la cocina, yo tuve esos preciados minutos en los que se puede observar a gusto. Descaradamente.
Me senté en el sillón y era exactamente como lo había imaginada.
Llegaste con un mate humeante y te sentaste a mi lado.
Nos quedamos en silencio. ¿Estas cansada? Me di cuenta de que estaba cansada. Muy cansada. Si, dije. Un poco. Y me fui dejando caer en el sillón embrujado.
No quería dormirme. Solo recostarme un rato. No me duermo, solo me recuesto un rato. Claro. Ponete cómoda. Bueno. Me pongo.
Agarraste mis cosas. Las pongo en la habitación. ¿Querés? Si, alcancé a decirte.
Me fui durmiendo. Escuchaba de fondo cómo ordenabas, dabas de comer al perro, sacabas cosas de la mochila.
No se cuánto tiempo pasó. Abrí los ojos y me miraste.
Ayudame a despertarme, te rogué. Bueno. Qué hago. Veni. Prestame un ratito tu hombro – almohada.
Te acostaste a mi lado y en un movimiento rápido y continuo, me acomodé en tu pecho.
Entendí, ahí, una parte de Neruda: Para mi corazón basta tu pecho. Acogedor como un viejo camino. Te pueblan ecos y voces nostálgicas.
Me acurruqué. No recordaba haberme sentido tan cómoda nunca.
Estoy soñando que las cosas son exactamente como son, me dijiste.
Tu pecho hizo de caja de resonancia y te sentí claro, profundo.
Qué lindo que suena tu corazón, te dije.
Ojalá forme parte de la música de las cosas que te hacen bien, me dijiste.
Respiré hondo. Era exactamente eso. Música que me hace bien.
Ahora si.
Finalmente, había llegado.
Estaba en casa.
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