Mi mamá empezó a crecer de a poco. Ese vestido que usaba tanto le quedaba cada vez más corto y ajustado.
Mi mamá crecía para atrás y para adelante. Sobretodo adelante y al medio. La panza. Gorda, hinchada, grande.
Por ahí se movía y ella me decía:
- Vení rápido. Sentí- y ponía mi mano y la iba moviendo, como buscando algo. Ella me decía que ahí estaba mi hermanito pero yo solo sentía lombotes que se movían de un lado para el otro.
Un día empezó a mover los muebles de su pieza y trajo una cama chiquita y alta que adornaba con cosas que colgaban.
Otro día me fue a buscar a la escuela Jose y me dijo que hoy me quedaba a dormir en su casa porque mi mamá estaba en el hospital. Al otro día también y al otro también.
Cuando llegué a mi casa mi mamá estaba flaca de nuevo. Me abrazó fuerte y me di cuenta de que estaba llorando. Cuando pasé por su pieza ya no estaba la camita ni los juguetes que colgaban ni nada que fuera de la panza.
El sábado estaba jugando en el patio y de repente me dolió el dedo. Miré y una hormiguita me había picado. Entonces con un palito la partí en dos. Pero cuando la vi aplastada me dio mucha pena. Tanta que hice un huequito en el patio y la enterré. Después lloré. Lloré mucho pero mucho.
Nos conocimos en el bar. Ese lugar que me sirvió de excusa tantas veces. En el que pasé más horas que en la facultad.
Parece que me estaba buscando, esperando desde hacía un tiempo. Todo esto me lo dijo él después, ya que yo no tenía idea de su interés. Lo había visto en el lugar. Eso y nada más.
Una noche se me acercó con un fernet muy grande en la mano (por lo que sospeché que o necesitaba ahogar una pena, ostentar su gran capacidad de consumo etílico o tomar coraje).
- Al fin coincidimos- me dijo.
A esa noche le siguieron otras donde también coincidimos. Había algo en él que me atraía tanto.
- Sos magnético- le dije.
- No me quieras tan rápido- me advirtió.
Es que si. Yo lo quería cada vez más cerca, más profundo, más adentro. Él se resistía cada vez menos sutilmente, más distante, más lejano.
- Me voy de viaje- me dijo.
Pasaron noches, días. Lo extrañé, lo entendí, lo culpé, me enojé, lo odié.
Sentí esa sensación que te hace fruncir la boca, cerrar los puños. Que querés sacar pero no sabés cómo. Que te acorrala, te persigue, te arrincona. Sentí eso que provoca odio, bronca, necesidad de vomitar. Un volcán que erupciona por dentro. Esa furia que se vuelve para el que está más cerca y ese siempre es uno mismo. La que te hace desear tener una trincheta afilada, un auto en quinta, una botella cargada. Y cuando el ruido de la furia pasa, queda la nada. El aturdimiento, la nada. El piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii en el oído. Ese puto pitido.
Desapareció, pensé. Desapareció.
Al tiempo, una tarde de verano sentí un pinchazo en la mano. Agudo, filoso, exacto. Cuando miré la picadura empecé a llorar. Y lloré mucho pero mucho. Entendí que él ya no estaba.
Parque del Drago - Isla de Tenerife
Comentarios
Cuando fui grande todavía lo seguía haciendo.
Cuando a María Victoria le pusieron unas vacunas le subió fiebre y lloraba, yo lo hacía con ella, disimulando un juego mientras la bañaba.