Tengo un olfato agudo para oler el destino que, como gota, por alguna grieta siempre se cuela.
Yo, por lo menos, soy permeable a la humedad del destino.
Así como puedo oler la lluvia un día y medio antes de que llegue, o mi suerte de principiante, o la mala leche de alguien aunque después me olvide.
Huele a destino cuando mi pelo se pone liso y después llega el viento norte o cuando me duele la cabeza y después bajan las nubes y la temperatura.
El destino no huele a futuro o premonición. No.
Huele a algo que siempre estuvo. Latente, latiendo, esperando.
Huele a familia. Como esos primos que no ves nunca ni conoces realmente pero que cuando los encuentras, son familia. No extraños.
Y vos olés a destino.
Oles a: esto va a ser así. Y va a serlo por mucho tiempo.
Así olés vos. Que estás ahí sentado y no quién sos.
Pero ya lo huelo y encaja. Y como no hay mucho que podamos hacer para cambiarlo…
- Hola.
- Hola.
- ¿Me convidas fuego?
Cueva de Volcán - Isla de Lanzarote
Comentarios
_ Toma fuego, me compre una cajita de cerillos, me parece más artesanal-.