Desde que lo vi supe que era de los lindos letales. Esos que esperan que todo vaya hacia ellos. Como un imán hacia el que, por lo menos, debes mirar.
Esta fue la razón por la que me resistía a fijarme en él. Era demasiado obvio. Si, era lindo. Punto.
Pero a medida que pasaban días, empezó a molestarme su indiferencia. Como si solo se sintiera atraído por lo que él atraía.
Suponía por el huracán que me quedaba en el cuerpo cada vez que él pasaba, que involucrarme iba a significar un gran problema. Una complicación que estaba segura no necesitar. Me repetía: no sólo es de los lindos lindos, sino de los lindos letales.
Sin embargo, como todo imán cada vez lo tenía más cerca.
Era como caminar por la orilla del mar. Cuando menos lo esperás, tenés los pies en el agua. Te atrae. Te llama.
Me resistía. Tercamente. Hasta que llegó ese día, tremendo e irreversible en que de tan cerca… lo olí. Y su olor se apoderó de mi. Literalmente perdí el control y el poder empezó a ser de él. Ese día él se apoderó de mi.
Se me metió en el cuerpo como el humo más tóxico. Se me pegó a la punta de la nariz y empecé a sentirlo en todos lados.
Ya nada podía hacerse.
Pasó tiempo. Demasiado.
El último día le dije:
- Querés una relación libre pero tu libertad es mi esclavitud.
Él me miró y me agredió con esa sonrisa asesina.
- Siempre vas a volver a mí- me dijo.
Y se quedó en silencio, mirándome fijo, hablando para adentro. Tirandome una maldición. Siempre vas a volver a mí.
Lo que me dijo en ese silencio, palabras que hoy entiendo, fue:
- Siempre vas a volver a mí. En mí o en otros.
Parque Nacional de Timanfaya - Isla de Lanzarote
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