Emanuel emigró a otro país porque forma parte de la generación gone.
Cuando se toma la decisión de irse o de llegar, no hay mucho que uno pueda hacer para prepararse. Nunca se sabe bien qué se va a extrañar, a quiénes y cuándo.
El cuerpo le reclama algo. Como al tercer o cuarto día de un cambio de rutina y uno no se termina de acostumbrar.
Sus actuales “siempre” son sus antiguos “nunca”.
Nunca antes tuvo que tomarse un tren para ir a trabajar. Nunca pudo decir que el ochenta por ciento de las personas que ve por día son de diferentes nacionalidades.
Emanuel extraña las calles anchas. Estar atento. Lo imprevisible, la urgencia.
Extraña Nueva Córdoba y los edificios en constante construcción.
Extraña la incertidumbre con la que esperaba el colectivo. Diez, veinte, cuarenta minutos preciados en los que escuchaba las mejores canciones del mundo y se le ocurrían las mejores ideas.
La peatonal de noche, la moza del bar, el portero del edificio, el chico de las pizzas.
Emanuel extraña comer pururú en Casa Babilon, los espejos del Cineclub, que se corte la película en el Cine Córdoba. Extraña al ciego del teatro San Martín y cómo samarrea el maní con chocolates para hacerlos sonar.
Extraña los artesanos de la peatonal, los diarieros, los abretaxi, los limpiavidrios, los malabaristas en los semáforos.
Emanuel extraña saludar a los colectiveros, putear a los taxistas, la cerveza en la vereda.
Extraña ver las montañas y no ir nunca.
Extraña el pucho que no se terminó, el disco que nunca escuchó, el libro que no leyó. Las promesas que no cumplió.
En eso piensa Emanuel casi siempre.
Piensa solo o con gente. En voz alta o no.
Camina sus siempres mientras piensa en sus nuncas.
En eso está Emanuel. En esa está.
Comparte el departamento con otro importado, este ilegal, al que le envidia la serenidad con que se siente bien en cualquier sitio.
Es tarde y es viernes. Es viernes y está volviendo a su casa. Solo.
Va tranquilo, las manos en los bolsillos, mirada perdida. Camina el camino de todos los días. De todas las noches.
En eso está Emanuel. En esa está cuando un olor lo arrebata.
Se queda parado, ahí como está, suspendido en la humedad de la vereda.
Cierra los ojos e inspira.
- Mmmmm, ¡qué rico! Dice en voz alta.
- ¿Te gusta?- le preguntan.
- Si. Me encanta- dice Emanuel y sigue caminando.
Ese aroma exquisito le devuelve algo que había quedado en algún lugar entre el mar y su pecho. El eslabón perdido entre la patria y él.
Es lunes y Emanuel camina tranquilo, atento.
Ahí están. El aroma y el que lo observa, que esta vez lo llama con un gesto. Emanuel se acerca. Le estira la mano y lo saluda:
- Hola. ¿Cómo estás?
- Bien- dice Emanuel mientras responde al apretón de manos.
Llega a su casa, se saca el traje, agarra una cerveza y sale a la terraza. Felíz, con el eslabón palpitando en la palma de la mano.
Pone la silla mirando a la ciudad apolillada.
Esa noche Emanuel se fuma la patria más rica del mundo.
Comentarios
Dificil la vida, no sé, quizas lo dificil sean los lazos...
y casi me hacés llorar...
es cierto, que mientras perdemos tiempo esperando el colectivo ganamos ideas y las mejores canciones del mundo...
no sabía que escribías tan bonito mireya...
se te extraña y quiere...
[y si, podría decirtelo ahora en el msn... y qué...]