CAPITULO 1
Cuando finalmente se encontraron, hacía meses que se regalaban halagos de todos los colores.
Se habían soñado, deseado, inspirado.
Ya no quedaban palabras por desnudar, momentos del día por compartir.
Ya habían superpuesto destinos. Ya habían sembrado el futuro de sus próximas generaciones.
Él fue haciendo un trabajo minucioso, paciente, zen que ella jamás podría haber llevado adelante por la urgencia con la que definía todo en su vida.
Todo lo que siguió fue a merced de los tiempo de él, lo que hizo inevitable y no perecedero lo que poco a poco se fue gestando.
Fue entrando esquivo, esquivando las ideas prefabricadas de ella. Carrera de obstáculos hasta su inconsciente, lugar seguro.
- Si logro que me sueñes, ya está- le dijo. Y pidió respuestas a preguntas embusteras.
Ella, aún avisada, volvió a caer: no solo lo soñó. Se lo contó.
Él le advirtió:
- No te enamores de mi. Vas a sufrir. ¿Alguna vez saliste con un gordo, borracho y adicto?
Ella dijo, no.
- Pero tampoco con alguien tan conciente de sí mismo- y rebatió:
- No te enamores de mí porque te va a encantar. Te vas a transformar en alguien feliz, luminoso, vas a ver todo en colores, escribirás tu nombre sobre el mio en cada árbol, esquina, banco. Probablemente cambiarás tus hábitos porque mi amor y atención te van a alcanzar. Serás cariñoso, amoroso, amable y dormirás de noche disfrutando el día.
Él se resistió.
- No me presumas más. Ya no es necesario.
Ella replicó:
- Me empecé a hacer la linda en el momento en que te empezaste a hacer el hombre de mi vida.
Y él, desarmado, jugó su última carta sin saber que estaba cayendo en lo que hacía más de 30 años evitaba: un gesto autocomplaciente.
- ¿Qué es lo que más te gusta de mi?
- Tu certeza y tu barba- se oyó el disparo.
Y así fue cómo se dio vuelta la cosa por el momento.
Él consumió la dosis fatal de su nueva droga.
Buscarse en los ojos de ella.
- Al fin me necesitás.
Comentarios
En medio hay apéndice de Lacan explicando el síndrome de la obseción.