ÉL QUE ES DE DÍA
- Una mañana me miré al espejo y caí en la cuenta de que ya no estoy gordo sino que soy un gordo. Además, tengo cada vez más pelo en el cuerpo y menos en la cabeza. Bueno. Por lo menos no se me cae. Me baja.
Para él es una época de transiciones. Nota que su cuerpo ya no le responde igual. Tarda el triple en recuperarse de las resacas y por una noche de borrachera, la cabeza no le responde por varios días. Además, llegó al momento en que las decisiones son definitivas, los malos hábitos, crónicos y su pareja llegó al punto en que las incompatibilidades mordisquean la cotidianidad.
Al principio, el coqueteo por el MSN le resultó inspirador. Lo llenaba de esa energía idiota que hacía tanto tiempo no sentía y que ella respondiera a sus insinuaciones le divertía y hasta lo halagaba.
Su entusiasmo con la idea de irse comenzó el día en que empezó a sentir que la ciudad y su pareja lo expulsaban y que esta chica lo llenaba. Esta chica que ya no recuerda cómo conoció, y que está ahí, siempre conectada, siempre presente y ahora tan lejos.
El mismo día en que su vida se transformó en un caos: se quedó sin hogar, sin ciudad y sin pareja, y lleno de deseos que no se condicen con sus posibilidades próximas.
Decidió por última vez dejar sus vicios y ahora, en el silencio, todo le grita desde adentro.
Ella se cansó del aplomo cínico con el que él la trata últimamente. Esa es la bronca que le da envión para salir a encontrarse con la proximidad.
Después de ducharse, desnuda y turbante de toalla, mira el ropero como si contemplara su ropa por primera vez.
Saca varias perchas, se prueba, abre cajones buscando sin buscar. Los cierra y los vuelve a abrir, como si la acción de cerrarlos modificara su contenido.
Elije los zapatos, guardados hace mucho ya y dice en voz alta:
- Estos zapatos tienen todo el polvo que yo no he tenido en estos meses.
Al fin termina de arreglarse y sale, insatisfecha. El cabello está raro, la ropa no le sienta como antes y los zapatos… los zapatos. Además, la noche nunca fue su mejor hábitat.
Piensa en su ciudad a un océano de distancia y por primera vez se siente libre, liberada de todas las historias que quedaron a medio camino allá, con un mundo de posibilidades acá.
Salir sola no le molesta. Siempre es la primera en irse de cualquier sitio y llegar sola le da esa libertad. Nadie depende de su presencia.
Decide el bar por la música que suena. Puede soportar malas bebidas, malas compañías y hasta mal sexo, pero mala música, jamás.
Pide una cerveza y se ubica al final de la barra, espalda apoyada y horizonte controlado. Después de un rato de estar expectante se da cuenta de que mira la puerta como si él fuera a entrar en cualquier momento. La fantasía la puede por unos minutos y pierde la cabeza. Cuando vuelve en sí, hay alguien sentado a su lado, mirándola fijo.
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