“…pero hoy me invade una impaciencia infantil que no me deja detenerme en nada”
Ver Cuento de Primavera de Éric Rohmer es empezar a ver lo que comenzó mucho antes de que tengamos acceso a las imágenes. Es ver un momento como podría haber sido cualquier otro.
Las vidas de los personajes ya tomaron forma cuando empieza la película. Y mediante alusiones a días que no se verán en pantalla, se nos asegura que continuarán una vez terminada.
La naturalidad con la que fluyen las escenas, plano por plano, pasean al espectador a través de diálogos y situaciones enmarcadas en la casualidad en las que se mueven estos personajes en constante movimiento, que están de paso, inquilinos en el espacio de otro.
Personajes cercanos, asequibles, tanto para el espectador como para ellos mismos gracias a la naturalidad con la que fluye el relato. Por momentos se tendrá acceso a ellos, pero por otros la cámara, así como se acercó para captar su humanidad, se alejará respetuosa y en silencio, dejando espacio a una intimidad que se hará presente precisamente por quedar en elipsis. Claro ejemplo del equilibrio justo entre lo dicho y lo meditado, lo que se muestra y lo sugerido, a través de una mirada que se acerca y se aleja, dejando a los personajes meditar en su intimidad.
“A veces me dejo llevar y confundo mis deseos con la realidad.”
El reflejo en el espejo permitirá que más de dos personajes estén en plano. El mismo reflejo que los rodeará, mostrando sus rostros al mismo tiempo que sus espaldas, en un afán por acercarlos en los momentos más emocionales, cuando la palabra sale desde el estado de ánimo, antes de que puedan racionalizarlas.
La palabra dará presencia a los ausentes, como las pinturas a las edades pasadas. Así se nombra al padre, aparece el padre, se nombra al novio, lo vemos hacerse presente. Se nombra al ausente, al que se acaba de ir, al que está por volver. Al día que pasó, al que vendrá, así como se rodea al deseo, se le pone nombre y se lo busca.
Las razones que los movilizan, aunque expresadas y lógicas, quedan reducidas al “porque si”, lugar de lo desconocido. Pareciera que Rohmer conoce los límites de la palabra y más aún, cuáles son los intersticios en los que lógica y discurso no tienen cabida ya que de entrar, la transformación sería irreversible.
“… decidí no entrar en su estrategia de vulgarizar, hacer aséptica, deserotizar nuestra relación” al analizar el deseo, intelectualizar los impulso y convertirlos en razones.
Es ahí cuando, sin ocultar, inundando todo de luz y color, Rohmer se aleja y cierra la puerta.
Comentarios
falta mucho para que regreses????
a veces te extraño nada, otras un poco, la mayor de las veces un montón.
volví a soñarme de niño, de grande y de niño a la vez, nos vemos, niño y grande, nada nos decimos.
que estes bien, sé que lo estás.
un abrazo
Ah, y te adora! jaj.
=)