CAPÍTULOS
I, II, III
Él hizo la revolución. Trepó en lianas las venas de la América, cruzó el continente a caballo, fue el Tarzán de los montes, participó en la Historia, amansó liebres, domó topacios y exprimió almendras.
Fue rapado por curas, amado por donnas de los cuatro vientos y se resistió al amor hasta que el amor lo resistió a él.
Tuvo plumas azules y actitud punk y se rebeló contra toda norma impuesta en calidad de tradición. La edad despeinada pasó y encausó sus piernas, se puso traje y se lo sacó. Se dedicó a las leyes, con la ironía que guarda esta vida, cuando el pasado deviene en burla de lo que iremos a convertirnos. Hoy se sigue reconociendo un provocador y le gusta sentirse terrorista en las pequeñas cosas, inmolarse en cada caso, juicio o causa perdida.
Mientras piensa en contarle todas estas cosas a ella, se alegra. Su vida no es tan mala como creía hasta hace unos días.
Sin embargo, la grieta. La línea vertical entre los ojos que todo lo divide. La vista cansada, el rostro opaco, caído, rígido. Gajes del oficio, se dice. El día a día de su profesión es un punto de vista, leer el intersticio, buscar lo no dicho, la grieta de la jurisdicción. En su vida cotidiana se ha convertido en un hombre sin matices, práctico, rápido. Las sutilezas de la profesión quedan fuera y las dicotomías están cada vez más marcadas.
Recién ahora se da cuenta de todo lo que conlleva una profesión. Resistirse a usar traje es un acto chiquito relacionado a todos los que tendría que hacer para no seguirse transformando en esta persona.
Toda su vida caminó las mismas calles. Ama la ciudad, su ciudad, aun con la incoherencia y las avenidas cortadas, las quejas y olores, ahí pertenece. Pero ¿puede pertenecerse a un vapor somnoliento, a los mismos comentarios como si fueran nuevas desgracias? Puede pertenecerse a un plaza triste, una fuente vacía.
Ella escribe desde que tiene memoria. Apenas supo unir dos palabras juntas empezó. Escribir cuentos y hacer biscochuelos son las dos cosas que empezó a hacer ni bien pudo. A veces presiona el teclado y fantasea con que es un piano y las melodía se desprenden del contacto con las yemas sin esfuerzo.
Escribe durante el día, entre cosa y cosa porque la noche nunca ha sido su mejor compañera y menos ahora, cuando el verano se extingue indefectiblemente y llega la calma.
Aunque por estos días las palabras no le sirven. Las encuentra diminutas, insólitas, surreales. No por la magnitud inabarcable de su sentimiento ni por sentirse superior a forma convencional alguna, sino que no se encuentra en ellas, ni les encuentra utilidad.
Si pensaba hacer de ellas su herramienta de trabajo y ceñirse a sus reglas y estructuras, si alguna vez consideró tenerlas de amigas, hormiguitas útiles que transportaran lo que podría interesar a quien las leyera, por estos días no las tolera. Las siente ridículas, desfasadas, difusas.
Tiene la sensación de haber perdido uno de los cinco sentidos y quedarse sola frente a lo extirpado de golpe. Las palabras, malditas prostitutas. Al servicio de la traducción del escribiente de turno. Narran por igual, con mismas tesura y orden, los hechos más espantosos de los más sublimes.
¡Cómo hacerle a esta insolvencia! Sin palabras las cosas pierden sentido . Sobre todo él y todo lo que lo forma. Será ese país con su otro idioma lo que todo tergiversa y la hace sentir extraña a su lengua madre. O será el verano que se va, la luz que sube y no le llega a los pies, las marcas del sol que se borran y el sueño. El sueño, la piel seca, los ojos cansados y este invierno inminente que se acerca y ella, criatura de caribe, se sienta al teclado y aprieta. El sonido sin sentido mecánico y sin ritmo.
Y dónde el piano.
Fue rapado por curas, amado por donnas de los cuatro vientos y se resistió al amor hasta que el amor lo resistió a él.
Tuvo plumas azules y actitud punk y se rebeló contra toda norma impuesta en calidad de tradición. La edad despeinada pasó y encausó sus piernas, se puso traje y se lo sacó. Se dedicó a las leyes, con la ironía que guarda esta vida, cuando el pasado deviene en burla de lo que iremos a convertirnos. Hoy se sigue reconociendo un provocador y le gusta sentirse terrorista en las pequeñas cosas, inmolarse en cada caso, juicio o causa perdida.
Mientras piensa en contarle todas estas cosas a ella, se alegra. Su vida no es tan mala como creía hasta hace unos días.
Sin embargo, la grieta. La línea vertical entre los ojos que todo lo divide. La vista cansada, el rostro opaco, caído, rígido. Gajes del oficio, se dice. El día a día de su profesión es un punto de vista, leer el intersticio, buscar lo no dicho, la grieta de la jurisdicción. En su vida cotidiana se ha convertido en un hombre sin matices, práctico, rápido. Las sutilezas de la profesión quedan fuera y las dicotomías están cada vez más marcadas.
Recién ahora se da cuenta de todo lo que conlleva una profesión. Resistirse a usar traje es un acto chiquito relacionado a todos los que tendría que hacer para no seguirse transformando en esta persona.
Toda su vida caminó las mismas calles. Ama la ciudad, su ciudad, aun con la incoherencia y las avenidas cortadas, las quejas y olores, ahí pertenece. Pero ¿puede pertenecerse a un vapor somnoliento, a los mismos comentarios como si fueran nuevas desgracias? Puede pertenecerse a un plaza triste, una fuente vacía.
Ella escribe desde que tiene memoria. Apenas supo unir dos palabras juntas empezó. Escribir cuentos y hacer biscochuelos son las dos cosas que empezó a hacer ni bien pudo. A veces presiona el teclado y fantasea con que es un piano y las melodía se desprenden del contacto con las yemas sin esfuerzo.
Escribe durante el día, entre cosa y cosa porque la noche nunca ha sido su mejor compañera y menos ahora, cuando el verano se extingue indefectiblemente y llega la calma.
Aunque por estos días las palabras no le sirven. Las encuentra diminutas, insólitas, surreales. No por la magnitud inabarcable de su sentimiento ni por sentirse superior a forma convencional alguna, sino que no se encuentra en ellas, ni les encuentra utilidad.
Si pensaba hacer de ellas su herramienta de trabajo y ceñirse a sus reglas y estructuras, si alguna vez consideró tenerlas de amigas, hormiguitas útiles que transportaran lo que podría interesar a quien las leyera, por estos días no las tolera. Las siente ridículas, desfasadas, difusas.
Tiene la sensación de haber perdido uno de los cinco sentidos y quedarse sola frente a lo extirpado de golpe. Las palabras, malditas prostitutas. Al servicio de la traducción del escribiente de turno. Narran por igual, con mismas tesura y orden, los hechos más espantosos de los más sublimes.
¡Cómo hacerle a esta insolvencia! Sin palabras las cosas pierden sentido . Sobre todo él y todo lo que lo forma. Será ese país con su otro idioma lo que todo tergiversa y la hace sentir extraña a su lengua madre. O será el verano que se va, la luz que sube y no le llega a los pies, las marcas del sol que se borran y el sueño. El sueño, la piel seca, los ojos cansados y este invierno inminente que se acerca y ella, criatura de caribe, se sienta al teclado y aprieta. El sonido sin sentido mecánico y sin ritmo.
Y dónde el piano.
Comentarios
Ahora estoy esperando el V!
Aquel poeta prestidigitador del lenguaje,
Buzo táctico en las profundidades del idioma
Que a golpe de machete desentrañaría trazo a trazo
Sensaciones hechas carne que se harían carne y sensaciones;
Reverberando…
Confinado yace
Ya no escritor sino escribiente.
En tecnicismos se deshace la tinta que poblaría metáforas y alegorías que no vendrán.