CAPÍTULOS
I, II, III, IV
Agradece el silencio de la noche.
Hace varios días que no se siente ella misma y esa noche es la primera que comparten sin los vapores del amor.
Con su humanidad a cuesta, sus ojeras y cavilaciones, se muestra tal cual. Aunque la ciclotimia no la caraceriza, hay días en que se le nublan los ojos y todo lo que se suele ver, desaparece.
Podría haberle dicho no, esta noche no pero sí. Él tranquilo, sentado a la mesa de su departamento que siempre parece sin terminar. Cajas con cosas, cubiertos aún empacados, valijas con ropa, olor a pintura. Ella en su cama. La misma pared, la misma luz artificial.
Le pregunta qué tal tu día. Recién llego. Tengo aún la campera puesta pero no te quería hacer esperar. Qué tal el tuyo. Largo y pesado.
Ella siente una gran atracción hacia esa criatura triste que parece haber encontrado algo especial en ella. No le cuesta creerlo, sin embargo. No es la primera vez que alguien se enamora a la distancia, sin remedio, adrenalínamente, desaforadamente, apabullantemente.
Las grandes demostraciones de amor no le afectan. Los grandes artilugios, en su experiencia, conllevan mayores desiluciones.
Recuerda a ese amante con el que soñó largos meses. Tanta espera, regocijos, caramelos para que a la hora del amor su mermelada se transformara en una jalea insulsa sin antes ni después. La irrelevancia le significaría la peor condena. Y eso le pasó. El amante esperado como entró, salió.
Ella está triste. Suele pasar. Uno se calma, el otro se agota. Cínica mecánica de las relaciones de a dos. Equilibrio cruel, envejecimiento prematuro.
Él quiere contarle tantas cosas. Que sus ojos son de agua de nuevo, que se sacudió las cenizas hechas chispas, de nuevo; que vio la mañana a la mañana y a la noche llegar pero no dice nada. Sería tan inapropiado contarle los opuestos. Tan desatinado mostrarle lo que ha hecho con ella dentro de sí y se pregunta si no será él el causante de tanta opacidad.
Su tristeza sobrepasa todo lo que él conoce de ella. No podría explicarle en las dos o tres horas que comparten por noche tan añejas penas. Él no entiende. Ella existe desde hace tan poco para él que no logra deducir lo que la precede.
Se conocieron un día insólito, cercano, en una coincidencia.
La plaza, con todas sus imagenes, se le vinieron encima. A él, desde la ventana del frente.
La plaza, con todas sus imagenes, se le vinieron encima. A ella, que alguna vez pasó por ahi cada día. Él miró la fuente seca en el mismo momento en el que ella soñaba, a diez mil kilómetros, que se mojaba en ese verde infancia, que metía los pies mientras veía el palacio iluminado y se cruzaron. Desde ese día comparten postales. Él le cuenta sobre la vida allá y ella escucha, imagina y extraña. Ella le comparte lo que recuerda y crecen las ganas de volver. A ver, a sentir cómo era en su lugar y a comprobar si todavía pertenece.
Tienen un trato implícito. Él habla. Ella procesa y crea. Él se desvela. Ella lo agarra de la mano, con sus cinco horas de diferencia, y lo quiere cada día más.
I, II, III, IV
El verano que se va
Agradece el silencio de la noche.
Hace varios días que no se siente ella misma y esa noche es la primera que comparten sin los vapores del amor.
Con su humanidad a cuesta, sus ojeras y cavilaciones, se muestra tal cual. Aunque la ciclotimia no la caraceriza, hay días en que se le nublan los ojos y todo lo que se suele ver, desaparece.
Podría haberle dicho no, esta noche no pero sí. Él tranquilo, sentado a la mesa de su departamento que siempre parece sin terminar. Cajas con cosas, cubiertos aún empacados, valijas con ropa, olor a pintura. Ella en su cama. La misma pared, la misma luz artificial.
Le pregunta qué tal tu día. Recién llego. Tengo aún la campera puesta pero no te quería hacer esperar. Qué tal el tuyo. Largo y pesado.
Ella siente una gran atracción hacia esa criatura triste que parece haber encontrado algo especial en ella. No le cuesta creerlo, sin embargo. No es la primera vez que alguien se enamora a la distancia, sin remedio, adrenalínamente, desaforadamente, apabullantemente.
Las grandes demostraciones de amor no le afectan. Los grandes artilugios, en su experiencia, conllevan mayores desiluciones.
Recuerda a ese amante con el que soñó largos meses. Tanta espera, regocijos, caramelos para que a la hora del amor su mermelada se transformara en una jalea insulsa sin antes ni después. La irrelevancia le significaría la peor condena. Y eso le pasó. El amante esperado como entró, salió.
Ella está triste. Suele pasar. Uno se calma, el otro se agota. Cínica mecánica de las relaciones de a dos. Equilibrio cruel, envejecimiento prematuro.
Él quiere contarle tantas cosas. Que sus ojos son de agua de nuevo, que se sacudió las cenizas hechas chispas, de nuevo; que vio la mañana a la mañana y a la noche llegar pero no dice nada. Sería tan inapropiado contarle los opuestos. Tan desatinado mostrarle lo que ha hecho con ella dentro de sí y se pregunta si no será él el causante de tanta opacidad.
Su tristeza sobrepasa todo lo que él conoce de ella. No podría explicarle en las dos o tres horas que comparten por noche tan añejas penas. Él no entiende. Ella existe desde hace tan poco para él que no logra deducir lo que la precede.
Se conocieron un día insólito, cercano, en una coincidencia.
La plaza, con todas sus imagenes, se le vinieron encima. A él, desde la ventana del frente.
La plaza, con todas sus imagenes, se le vinieron encima. A ella, que alguna vez pasó por ahi cada día. Él miró la fuente seca en el mismo momento en el que ella soñaba, a diez mil kilómetros, que se mojaba en ese verde infancia, que metía los pies mientras veía el palacio iluminado y se cruzaron. Desde ese día comparten postales. Él le cuenta sobre la vida allá y ella escucha, imagina y extraña. Ella le comparte lo que recuerda y crecen las ganas de volver. A ver, a sentir cómo era en su lugar y a comprobar si todavía pertenece.
Tienen un trato implícito. Él habla. Ella procesa y crea. Él se desvela. Ella lo agarra de la mano, con sus cinco horas de diferencia, y lo quiere cada día más.
Comentarios
decía: Lo malo es pensar después de haber hecho el mal.
warm mist... no more nothing
elz
quéloqué???
Gracias por pasar y sí, cinco es mucho pero pasa, ojo, que se cruza la gente así, cuando duerme o despierta.
SUYO SIEMPRE
zanja
os dejo en paz
ultimo beso ya
Lo malo malo, pero malo es escribir sin pensar, sin pensar nada de nada.
Las olas y el viento
sucundum
sucundum
y el frío oh
del mar
shala lala la.
Saludos y nadie te está echando, sólo que no me gusta mucho jugar a las escondidas. Por lo menos vestida
Los amores a distancia están predestinados al fracaso. Esa distancia abierta por el destino, deja la puerta entreabierta a otros amores fugaces y prohibidos. El cariño perdura, la pasión desaparece en la distancia.
Me gustaría pedirte un favor, quedan poca horas para el final del concurso, te agradecería mucho que pasases a conocerme y me valorases, por lo del concurso, participo en actualidad.
Muchas gracias y mucha suerte en tu vida ;)
La calidad de los comentarios, en cambio, parecen ir en dirección inversa. Me asusta terriblemente imaginar lo que serán los versos anónimos cuando vayamos por el capítulo X.
Quentin.