CAPÍTULO I
O MIO BABBINO CARO
Él buscó contarle su desgracia como si de un cuento se tratara. Las desgracias cotidianas, las que ya no son una sino la suma de todas las demás; El despertar triste sin acordarse ya por qué; La reacción cínica al menor estímulo, como si el día a día fuera una prueba constante de lo incapaces que somos para manejarnos en los ritmos que hemos elegido.
Ella poco entiende de este universo tan ridículamente masculino, poblado de malas palabras, referencias a mujeres y sus cuerpos como si fueran elementos separados del mundo que él puebla, la marcada diferencia entre las mujeres que están fuera y las que están dentro de él. Posiblemente por las malas experiencias, a lo mejor por esa desgracia constante que es ser un hombre infeliz en la vida que ha elegido, sintiendo que es demasiado tarde para cambiar algo, para desestructurar tan añejas columnas que cada vez tienen menos que ver con él y más con el lazo sanguineo que tira hacia las mismas carreteras: Vieja atadura que ha perdido sentido y lo ha alejado irremediablemente de todo lo que lo relaciona al deber ser. Triste por haberse transformado en un lugar común, un personaje más dentro de un chiste, cuadrado y predecible.
Le cuenta que antes de entrar a su casa reconoce ese olor a morada escenográfica, a cigarrillo estancado, a libros de utilería.
Que anda desvelado por un amor impalpable que le recuerda a otras veces, lejanas, de otras vidas. Cuando estaba dentro de una Ópera y ella le cantaba al oido O Mio Bambino Caro, me piace è bello, bello. Que pasan los días y se siente extraño a su saco y corbata, sus avenidas cortadas, su fuente seca, su vida moderna. Que quiere cantar fuerte Babbo Pietá, Pietá!, que lo grave sea dramáticamente grave, desangrarse por un gran amor, entre rasos y capas y espadas y tormentos. Correr al encuentro, deshacerse en pasiones, batirse a duelo, ganar o perder, sentir que cada día es irrefrenable, que la fiebre le ha tomado el hígado, el pulso y sólo puede cambiar su hartazgo si nada lejos.
Ella lo mira cernirse a su gin primero, su ron después y escucha atenta dejándose llevar por los agudos estremecedores de su deseo y suspira.
El vaso se cae en cámara lenta, justo a tiempo para salir del bar antes de que cierren.
El frio es cruel conciencia de que es tarde, están en este mundo y el colectivo ya no pasa.
Ella poco entiende de este universo tan ridículamente masculino, poblado de malas palabras, referencias a mujeres y sus cuerpos como si fueran elementos separados del mundo que él puebla, la marcada diferencia entre las mujeres que están fuera y las que están dentro de él. Posiblemente por las malas experiencias, a lo mejor por esa desgracia constante que es ser un hombre infeliz en la vida que ha elegido, sintiendo que es demasiado tarde para cambiar algo, para desestructurar tan añejas columnas que cada vez tienen menos que ver con él y más con el lazo sanguineo que tira hacia las mismas carreteras: Vieja atadura que ha perdido sentido y lo ha alejado irremediablemente de todo lo que lo relaciona al deber ser. Triste por haberse transformado en un lugar común, un personaje más dentro de un chiste, cuadrado y predecible.
Le cuenta que antes de entrar a su casa reconoce ese olor a morada escenográfica, a cigarrillo estancado, a libros de utilería.
Que anda desvelado por un amor impalpable que le recuerda a otras veces, lejanas, de otras vidas. Cuando estaba dentro de una Ópera y ella le cantaba al oido O Mio Bambino Caro, me piace è bello, bello. Que pasan los días y se siente extraño a su saco y corbata, sus avenidas cortadas, su fuente seca, su vida moderna. Que quiere cantar fuerte Babbo Pietá, Pietá!, que lo grave sea dramáticamente grave, desangrarse por un gran amor, entre rasos y capas y espadas y tormentos. Correr al encuentro, deshacerse en pasiones, batirse a duelo, ganar o perder, sentir que cada día es irrefrenable, que la fiebre le ha tomado el hígado, el pulso y sólo puede cambiar su hartazgo si nada lejos.
Ella lo mira cernirse a su gin primero, su ron después y escucha atenta dejándose llevar por los agudos estremecedores de su deseo y suspira.
El vaso se cae en cámara lenta, justo a tiempo para salir del bar antes de que cierren.
El frio es cruel conciencia de que es tarde, están en este mundo y el colectivo ya no pasa.
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