Capítulos I, II, III, IV, V, VI
Cuando el arrebato de él la dejó entre sus brazos y la pared, al contrario de lo que podría esperar, el miedo en vez de justificarse, se esfumó.
La cosa está clara. Él le dice que vuelva a esa tierra compartida. Ella piensa que no. Aún no. Volver a qué. No se conocen. Sólo se cruzan en trasnoches y mails. Pero esa noche de definiciones, el diálogo toma otra forma.
El sopor de la noche que tanto los abriga, la misma que hace que por unas horas habiten el mismo tiempo, los encuentra con las defensas agotadas y en ropa de cama. Tan cercano parece todo, tan definitivo y consistente que el acorralamiento toma situación.
Se construyen con las cosas que se han contado, con las imágenes que se han hecho del otro y con la fuerza irrefrenable de la fantasía.
La pared está cerca, la tiene en la espalda y el frío no respeta ensueños. Está tan próximo que lo huele y él se deja.
Resulta que su olor anula su cerebro y puede sentir, sin más. La piel suave, viva, caliente hace que sus prejuicios, uno por uno, vayan ardiendo.
Él, inteligente, aguanta estoico el tenerla tan próxima. Sabe que es crucial que sea ella la que avance.
Al tenerlo cerca, los ojos en pregunta, se acerca a uno de sus brazos, el que roza su oreja y se hace acariciar.
Su cara se escurre por el brazo en tobogán que la mantiene contra la pared. Sigue su ruta por el cuello, hasta llegar a la rotonda de su pera.
Los brazos tensos, al lado del cuerpo, se relajan. Una de las manos se levanta y toca apenas el costado del pantalón. Cuando llega al cinto, dobla hasta alcanzar la cintura. Se detiene en el valle donde se divide la espalda y encuentra que ese espacio es tan pronunciado como el huequito que se forma entre su nariz y el labio, y le encanta. A medida que los dedos suben, el cuerpo de él se va aflojando. Los brazos rígidos de a poco se vencen y la distancia cada vez existe menos.
La mano de ella ya está en la base de su cuello. Hasta ahora, las yemas han sido ojos. Sus palmas aún no lo conocen.
Todo movimiento está destinado a acortar la distancia. Si acerca su boca, estará medio centímetro más cerca. Si aplana su mano, otro medio. Si mete los dedos en su pelo, más cerca.
Ella lo examina como si estuviera descubriendo una criatura que nunca ha visto antes y besa lo que ha quedado a su alcance. Hay cambio de aires y la tensión deviene en beso como un preestreno de las cosas que van a suceder.
El color de su piel se confunde con la pared y por momentos su panza es esquina y su espalda, solapa, y con el nudo de ganas enredado entre las manos, los dos, se pierden.
Cuando el arrebato de él la dejó entre sus brazos y la pared, al contrario de lo que podría esperar, el miedo en vez de justificarse, se esfumó.
La cosa está clara. Él le dice que vuelva a esa tierra compartida. Ella piensa que no. Aún no. Volver a qué. No se conocen. Sólo se cruzan en trasnoches y mails. Pero esa noche de definiciones, el diálogo toma otra forma.
El sopor de la noche que tanto los abriga, la misma que hace que por unas horas habiten el mismo tiempo, los encuentra con las defensas agotadas y en ropa de cama. Tan cercano parece todo, tan definitivo y consistente que el acorralamiento toma situación.
Se construyen con las cosas que se han contado, con las imágenes que se han hecho del otro y con la fuerza irrefrenable de la fantasía.
La pared está cerca, la tiene en la espalda y el frío no respeta ensueños. Está tan próximo que lo huele y él se deja.
Resulta que su olor anula su cerebro y puede sentir, sin más. La piel suave, viva, caliente hace que sus prejuicios, uno por uno, vayan ardiendo.
Él, inteligente, aguanta estoico el tenerla tan próxima. Sabe que es crucial que sea ella la que avance.
Al tenerlo cerca, los ojos en pregunta, se acerca a uno de sus brazos, el que roza su oreja y se hace acariciar.
Su cara se escurre por el brazo en tobogán que la mantiene contra la pared. Sigue su ruta por el cuello, hasta llegar a la rotonda de su pera.
Los brazos tensos, al lado del cuerpo, se relajan. Una de las manos se levanta y toca apenas el costado del pantalón. Cuando llega al cinto, dobla hasta alcanzar la cintura. Se detiene en el valle donde se divide la espalda y encuentra que ese espacio es tan pronunciado como el huequito que se forma entre su nariz y el labio, y le encanta. A medida que los dedos suben, el cuerpo de él se va aflojando. Los brazos rígidos de a poco se vencen y la distancia cada vez existe menos.
La mano de ella ya está en la base de su cuello. Hasta ahora, las yemas han sido ojos. Sus palmas aún no lo conocen.
Todo movimiento está destinado a acortar la distancia. Si acerca su boca, estará medio centímetro más cerca. Si aplana su mano, otro medio. Si mete los dedos en su pelo, más cerca.
Ella lo examina como si estuviera descubriendo una criatura que nunca ha visto antes y besa lo que ha quedado a su alcance. Hay cambio de aires y la tensión deviene en beso como un preestreno de las cosas que van a suceder.
El color de su piel se confunde con la pared y por momentos su panza es esquina y su espalda, solapa, y con el nudo de ganas enredado entre las manos, los dos, se pierden.
Comentarios
Genial. Te aplaudo y quiero.
quiero que publiques esto en papel. se me hace pesado leerlo en la pantalla.
Un ex-compañero
Guillermo de grammatikonea
Publicar ES la idea, claro! Ya quisiera yo. Serás el primero en saberlo cuando suceda.
Abrazo
Ahora tengo blog también.
los ferrero conquerors jaja
te invito a que me leas si tenes ganas
te mando un abrazo grande grande
http://www.algolindo.tumblr.com
cote va
trasnoche de mails...cuantas veces y solo eso. las cosas que remueven los escritos no se pueden prever.
besos