Capítulos I, II, III, IV, V, VI, VII
El día que se hicieron realidad, ella llegó a la ciudad después de 18 horas de viaje, 6 de espera y varios meses de desvelo.
Salío de la sala impulsada por la impaciencia, cargada de las materias primas para cumplir todo lo que se habían prometido. Las luces, el aire artificial y el cansancio transatlántico desentonaban con él que la esperaba inquieto y perfecto. Ahí él y las nuevas dimensiones de las cosas.
Qué alivio cuando fue capaz de reconocerla en la multitud. Camino al aeropuerto le había entrado la sensación de que podría no reconocerla. Después de todo, nunca se habían visto. Podía ser más alta o incluso diminuta en relación a cómo la imaginaba. Pero cuando la vio salir de esa puerta mecánica, los ojos grandes, inquietos, lo supo: el invierno se había acabado. Qué alivio sentir cómo se levantaba la pesada prensa que estaba depositada en su pecho desde el día que empezó a quererla; Salir de la dieta austera y amarga de la espera, descubrir que se esperaban en igualdad de condiciones. Alivio de sacarse el sabor amargo de la boca al sentirla tan cercana, tan familia, tan alimento.
El primer abrazo fue eterno y voraz. Nos vimos con las manos hasta que articulamos las imágenes con la realidad. Los ojos ya habían cumplido su función y sus posibilidades hacía mucho se habían agotado. Era hora de saberse por otros medios. Y así lo hicimos. Cartógrafos del cuerpo del otro. Expertos de la geografía del otro.
Saciada la voracidad, llega el momento de la calma.
A la mañana siguiente la vida de él continúa y, burla del destino, tiene una serie de compromisos inamovibles que lo obligan a salir de casa temprano, sin hora de regreso. Ella, con el día por delante, se dispone a aterrizar. Estar en su ciudad de incógnito la hace sentir poderosa y libre, con todo el tiempo del mundo. Una vez desarmadas las valijas y absolutamente sola en esa casa ajena y tan conocida a la vez, la recorre tranquila. Se fija en los detalles nuevos que acusan su espera. Flores, cuadros colgados, libros acomodados, heladera llena y decide esperarlo con una sorpresa.
La mesa está servida.
Ella está inquieta. En una mano, la panera. En la otra, la expectativa.
Él aún no llega. Todo lo espera. La casa y ella.
Da una vuelta en sí misma para comprobar que esté todo listo. Busca que se note la casa en gala pero simple y fresca. Siente el ascensor que pasa y le traspiran las manos. Se las pasa por la falda del vestido y toma aire. Recuerda que no se pintó la boca, detalle trivial pero femenino. Después recuerda por qué no lo hizo.
Da unas vueltas más, el corazón que se le acelera y él que no llega.
Sus propios nervios le resultan ridículos y se pone de mal humor. Enciende un cigarrillo de los que trajo y se siente una caricatura de ella misma: arreglada después de haber preparado la casa, expectante para este hombre que no llega y al que le dedicó 10.000 Km., un cambio de destino y la cena más elaborada del mundo.
La libertad primera la siente desamparo y se empieza a angustiar. Desconoce el lugar, su ropa, a sí misma y teme que se venga lo conocido.
Ella se enamora de situaciones, primero atractivas, después cómodas, por último aburridas. Se ha convertido en adicta de su propia esencia y haría cualquier cosa por generar la adrenalina que se alimenta, primordialmente, de la ternura que genera en los otros. Ese combustible extinguible, perecedero y voraz surte un efecto tan embriagador, que ha perdido la capacidad de distinguir el momento en el que empieza a querer. Después del subidón, lo único que le queda es el espeso sonido del hueco sin fondo. Parecido a lo que siente ahora.
Cuando finalmente llega, la casa ya no brilla, ella está dormida y todo apesta a cigarrillo y angustia.
Para él verla así, dormida en esa cama completa, es un regalo que no desaprovecha. Se tiende al lado, se acerca lo más que puede hasta que se le nubla la visión y la contempla. Ella abre un ojo contrariada ante la situación y los significados opuestos que tiene para cada uno y le dice:
- Hoy era el día en que tenías que llegar temprano.
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Hoy era el día en que tenías que llegar temprano.