Capítulos I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX
Que decanta para un lado, que cae para el otro, que pasa el tiempo, esa cosa inaprensible que toma consistencia cuando hay que esperarla.
Parece ser que ella volvió mitad derrumbada, mitad inalterable, de esa experiencia surrealista en la que decidió invertir su porción.
Parece que él se modificó, claro, cómo no se iba a modificar con tamaña travesía. Que puso un pie delante del otro por cada día que le siguió a su ausencia.
Él volvió al desvelo como quien vuelve a la zona conocida, por puro instinto.
El mismo síntoma, razones opuestas. El amor y el desamor al fin y al cabo eran lo mismo. O por lo menos se manifestaban en el mismo sarpullido. Su primer desvelo, ese que los llevó a encontrarse, al principio nada tenía que ver con ella, que rápidamente se transformó en excusa y causa. Su desvelo, éste, es todo ella.
Triste fracaso, otro más, en esta vida que suma años pero nada le deja.
Él arrastra los pies y repasa las fotografías mentales de aquel tiempo en que fueron un milagro, cuando vencieron el silencio que venían encubando.
Ahora, de tanto pensarla, no logra delinear su rostro, como si hubiera agotado el número de veces que le fueron concebidas para recordarla.
Piensa en las cruces que son las despedidas y siente que la vida se empeña en pararlo en una estación perpetua. Concluye si no será, en definitiva, la soledad el estado más perfecto del ser humano. La verdadera, la absoluta, la soledad del que no necesita nada, ni pájaros, ni un árbol, ni un cerro, ni muchos menos un amor que lo desvele.
No podemos decir que la cosa salió mal. Gracias a ellos la probabilidad se transformó en posibilidad y se esforzaron por cumplir la fantasía, pero los dos quedaron mareados, sin entender del todo el sentido de encontrarse y fracasar así, sin razón ni excusa.
Eso les queda, la nada absoluta de sentirse inadecuados sin saber por qué.
El amor y sus retorcijones se les hacen cuerpo definitivo. En qué momento, se preguntan, dejaron oxidar las articulaciones emocionales; en qué momento, le pregunta, pasaste de ser mi desvelo, a mi mal recuerdo. En qué momento, te pregunto, se modifica uno, se muere, lo otro, para devenir en esta cosa sin forma que es mi presente sin vos.
Parece ser que ella volvió mitad derrumbada, mitad inalterable, de esa experiencia surrealista en la que decidió invertir su porción.
Parece que él se modificó, claro, cómo no se iba a modificar con tamaña travesía. Que puso un pie delante del otro por cada día que le siguió a su ausencia.
Él volvió al desvelo como quien vuelve a la zona conocida, por puro instinto.
El mismo síntoma, razones opuestas. El amor y el desamor al fin y al cabo eran lo mismo. O por lo menos se manifestaban en el mismo sarpullido. Su primer desvelo, ese que los llevó a encontrarse, al principio nada tenía que ver con ella, que rápidamente se transformó en excusa y causa. Su desvelo, éste, es todo ella.
Triste fracaso, otro más, en esta vida que suma años pero nada le deja.
Él arrastra los pies y repasa las fotografías mentales de aquel tiempo en que fueron un milagro, cuando vencieron el silencio que venían encubando.
Ahora, de tanto pensarla, no logra delinear su rostro, como si hubiera agotado el número de veces que le fueron concebidas para recordarla.
Piensa en las cruces que son las despedidas y siente que la vida se empeña en pararlo en una estación perpetua. Concluye si no será, en definitiva, la soledad el estado más perfecto del ser humano. La verdadera, la absoluta, la soledad del que no necesita nada, ni pájaros, ni un árbol, ni un cerro, ni muchos menos un amor que lo desvele.
No podemos decir que la cosa salió mal. Gracias a ellos la probabilidad se transformó en posibilidad y se esforzaron por cumplir la fantasía, pero los dos quedaron mareados, sin entender del todo el sentido de encontrarse y fracasar así, sin razón ni excusa.
Eso les queda, la nada absoluta de sentirse inadecuados sin saber por qué.
El amor y sus retorcijones se les hacen cuerpo definitivo. En qué momento, se preguntan, dejaron oxidar las articulaciones emocionales; en qué momento, le pregunta, pasaste de ser mi desvelo, a mi mal recuerdo. En qué momento, te pregunto, se modifica uno, se muere, lo otro, para devenir en esta cosa sin forma que es mi presente sin vos.
Comentarios
aniversorio de que te atraveso en versos, canejo...
Mañana tomo el micro hasta el mar, adios, mi no-amada.
A la muerte se le toma de frente con valor y después se le invita a una copa, y que quererte tanto, perdí el sentido, de tanto llorar, el corazón tá erido.
quevachaché