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LOS SOUNDTRACK DE COREA DEL SUR

Bien concebida, la banda sonora de una película es la red donde el sentido puede descansar; el tejido donde se mece la acción dramática hecha de otro material: el sonido. Es la mano donde se tienden las intenciones de una imagen que, generosa, se deja acompañar.
Cuando una película cuenta con una buena banda sonora, sus dimensiones se multiplican. La música, esta música, toma una forma que nunca habíamos sospechado y se imprime en nuestra memoria. Alli donde se guardan los recuerdos, donde se almacenan las imagenes; en ese mismo intersticio se acurrucan los temas de nuestras mejores bandas sonoras. Reproducimos caprichosamente las pistas, volviendo a saborear cada escena como si se tratara de la proyección de un recuerdo. La música nos transporta con la inmediatez de un cerrar de ojos y ahí estamos, nuevamente, a merced de la complejidad del cine, la maravilla.
Bien utilizada, la banda sonora completa personajes y situaciones. Mal utilizada, la misma música nos empuja hacia un camino unilateral, diciéndonos qué sentir.
Bien diseñada, nos remite a la pelicula y, al mismo tiempo, cada tema cuenta una historia. Mal usada, la banda sonora sólo tiene sentido si se ha visto la película.
Los directores surcoreanos que nos gustan cuentan con colaboradores regulares a la hora de crear este otro personaje tan importante como cualquier protagonista.
El reconocido Park Chan-wook, creador de I´m a cyborg but that´s ok, Oldboy, Thirst, suele trabajar con el tándem Jo Yeong-wook/Bang Jun-seok, dos artistas que han compuesto desde la banda sonora de la trilogía de la venganza, hasta Thrist, su última película, presentada en Cannes y Sitges en 2009. Es en este director donde nos centraremos, gracias a ser el más conocido por estas tierras y a que disponemos de mayor información sobre los trabajos de los compositores.
La música que acompaña las secuencias de acción de Oldboy (2003) recuerda a un videojuego. El protagonista barre, junto con la cámara, todo el que se interponga entre él y la salida del túnel que parece ser la imagen. Toques de western, de hombre entregado, sin más opción que seguir hacia adelante.




Un sonido retro de sintetizadores que no son piano y de efectos que no son orquesta. Artificial, como la vida del personaje, que deja sus mejores años en el encierro de una venganza caprichosa. Las pistas más bellas son dos vals, tristes y demenciales, que marean a este viejo chico hacia el final de la pelicula, cuando ha perdido el rumbo de su convicción y es sólo un patético despeinado. Años de una venganza que lo lame pacientemente, mientras el vals se hace fuerte.




Las melodías de Sympathy for Lady Vengaence (2005) engalanan la venganza preciosista y brutal.


La música tiñe la sangre de un rojo elegante y sacraliza a la heroína tan bella y estilizada, como desbordada y perfecta. Melodías clásicas posicionan la historia a la altura de las grandes tragedias, las primeras, las básicas, inevitables. La música la eleva a ella, que vemos enmarcada cual virgen María, asesina de asesinos. Todos somos todo, en el fondo, todos queremos más. Somos capaces. Por más lágrima que derramamos, las armas se toman. Somos perro, carne, dios. Somos sangre, pellejo, dolor.
Cada personaje suele estar representado por una melodía y, a veces, por un instrumento determinado. En el caso de Thirst (2009) el cura que se convierte en vampiro será una melodía simple, una flauta dulce, barroca y despojada a la vez.
A medida que avanza la trama, la flauta dulce es lider de un conjunto mayor, una orquesta que quiere envolverlo. Cuando la situación esté fuera de control, la orquesta avanzará sola, sin sitio para la flauta que, acorralada, busca recuperar poder. Intentará siendo violín de acordes complejos pero la orquesta contrataca. La amenaza se hace realidad y la toman. Ante western. Ahora sinfónica. Cuando el bien acepta el mal y lo santo se profana, recuperrá su sitio, pero ya no está sola. Es líder, centro, hipnótica figura, reina de todo lo que suena y muere.
Aparece, entonces, una rumba sutil que atrae todo lo que toca. El vampiro encontró compañera.



El poético Kim Ki-duk ha trabajado con Park Ji-woong en la mitad de sus películas. Con sonidos folckóricos que remiten instintivamente al origen de las cosas, a su naturaleza insalvable (tema recurrente en su filmografía) esta pareja trabaja sobre la atmósfera de las escenas. En Primavera, verano, otoño, invierno y de nuevo primavera, los sonidos orientales remiten al origen budista de la religión coreana, en una cinta que trata sobre las ataduras de un dogmatismo y la violencia que desata la rebelión ante las mismas.


El director de The Host o Mother, Bon Joon-ho, trabaja con el registro minimalista clásico de la melodía versionada. Las bandas sonoras de Lee Byeong-woo, en consonancia con las cintas de este director, se mueven en sentido circular, como perro que se muerde la cola. Mucha acción hay entre el comienzo y el final, pero la melodía sigue siendo la misma que, sutilmente, ha llevado a la película a la misma orilla desde la que salió.
La bellísima Mother va un paso más allá. Desde el comienzo se nos advierte que música e historia bailarán juntas. Habremos de prestar atención, entonces, a las dos por igual. Cuando la Madre baila, igual antes, igual después, todo nos remite a a la melodía que al principio es hermosa nostalgia, soledad y, hacia el final, es seria cadencia, seria decadencia.




Vale la pena hablar de Memories of Murder aunque la música no sea de la misma orilla, sino del japones Iwashiro Tarō.
La historia nos sitúa a principios de los 90, cuando un asesino serial azotó el interior de Corea del Sur y cuyos crímenes que quedaron sin resolución. Historia y música nos remiten al pasado ya que, habilidosamente, las notas tienen un dejo retro que le dan una atemporalidad casi subliminal al relato.
Siempre dejando belleza, hasta en la desazón de las cosas. El último aliento lleva a seguir el piano a donde sea que vaya, aunque encuentre o lo encuentren antes. Una ola de desesperanza omnipresente, melodía irresoluta, trágico final.





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