FilmConductor
Si cuando éramos niños nos escondíamos bajo las sábanas para protegernos de monstruos y cubríamos nuestros cuellos para no tentar a vampiro alguno, lo que hacemos ahora es acostarnos boca arriba, estirar nuestra arteria hasta que quede tensa y contonearnos lentamente a ver si por fin alguno se digna a mordernos. Y es que los vampiros nunca han lucido tan apetecibles en la pantalla.
La sabiduría popular sobre los vampiros es extensa. Si hacemos un poco de memoria podríamos nombrar fácilmente todas sus características, fortalezas y debilidades. Ha sido el cine, en gran medida, el responsable de tan vasto conocimiento puesto que el vampiro ha estado presente prácticamente desde sus orígenes [1].
Aunque relegado al cine de género, últimamente su consumo se está masificando porque la temática está de moda, claro, y aparece cada vez con más frecuencia, variables y mixturas en libros, películas y series.
Sin embargo, el consumo de productos temáticos corre el riesgo de ser el resultado de una búsqueda para saciar un deseo concreto. Buscamos la sexualidad, el sentido hipnótico y la química irrefrenable entre la humana y el vampiro que siempre pero siempre están. Es decir, no vemos Twilight por ser una gran película o la serie Vampire Diaries por encontrar algún tipo de valor agregado, sino que es un derivado más del vasto y prolífico mundo chupasangre, disfrutable casi exclusivamente por los amantes del género.
Podemos afirmar que Drácula (F. F. Coppola, 1992) introduce por primera vez a un vampiro atractivo. Gary Oldman seduce y enamora a Mina (Winona Rider) hasta que ella va por propia voluntad hacia ese amor eterno que la ha sobrevivido varias vidas.
Sin embargo, el boom de los vampiros atractivos estalla con la adaptación de uno de los libros de Anne Rice: “Interview with the Vampire” (Neil Jordan, 1994). El inmortal Brad Pitt, el alguna vez interesante Tom Cruise, el recién llegado a Hollywood Antonio Banderas y un joven Christian Slater significaron, en su momento, el dream team de actores guapos que encarnaban una potente trama que incluía amor eterno, tensión homosexual, sangre, poder. Y el quiebre no vino dado sólo en la apariencia, sino en las características del vampiro. Se habla ahora de un vampiro que no sólo es desbordantemente atractivo, sino que siente, sufre, se enamora y tiene la moral culpógena de cualquier humano. Es decir que se sienta otro precedente para futuras representaciones: la humanización del vampiro y su consecuente abandono del lugar del villano.
Ya en este milenio, la fiebre revive con la serie de libros Twilight (Crepúsculo) en la que confluyen, principalmente, dos fenómenos: Las sagas adolescentes como mercado de best sellers prolífico y de volúmenes inagotables, y la últimamente inevitable versión cinematográfica. Pareciera ser que el cine es cada vez más un producto secundario de la literatura [2].
Sin embargo, en este bombardeo de subproductos del género, aparece True Blood. La serie emitida por HBO es, también, la adaptación de un libro. Sin embargo, presenta varias virtudes que hacen que destaque por sobre las demás.
Los vampiros en este caso han salido del ataúd, como irónicamente se dice de ellos. Tienen partido político, hoteles exclusivos, derechos y deberes y hasta una bebida que se sirve a 37 grados centígrados: True Blood, sangre sintética envasada.
Conforman una minoría más dentro de Estados Unidos y pueden, incluso, pedir préstamos e hipotecas como “vampiroamericanos”.
Lo interesante es que el vampiro parece ser la excusa para hablar del Otro. Los argumentos racistas, clasistas y reaccionarios se escuchan de algunos humanos para con los vampiros y viceversa. Los argumentos que se despliegan en las discusiones entre los partidos conservadores y la liga de los vampiros no tienen desperdicio. Mientras unos afirman que las criaturas nocturnas son depredadoras y asesinas por naturaleza e hijas del demonio, los otros contraatacan diciendo que si se sumaran todas las víctimas de vampiros, no se llegaría a un tercio de los humanos asesinados por otros humanos. “Por lo menos nosotros lo hacíamos por hambre” rebate la representante de los chupasangre que se han adaptado al mundo civilizado.
Asimismo, el valor histórico del testimonio de un vampiro que ha vivido la fundación del pueblo o ha peleado en la Guerra de Secesión, es, por lo menos curioso.
El otro elemento interesante es el “racismo” de los afroamericanos hacia los vampiros y la utilización del argumento del discriminado para manipular a los demás. En una de las escenas más memorables de la primera temporada, la mejor amiga de la protagonista increpa a su jefe: “¿Qué te molesta más? ¿Que sea mujer o que sea negra?”. Él reacciona regalándole un ramo de flores: “Vengo a disculparme aunque no sé muy bien por qué.”
La moral cristiana, representada por la organización Soldados del Sol, encarna la guerra y los asesinatos en nombre de un dios que es ofendido por la existencia de estas criaturas sobrenaturales, de este otro diferente, inferior, desechable.
Lo que mantiene la tensión y el interés en la serie, es la profundidad de los personajes por sobre la historia. Aquí no hay buenos y malos, ni seres con poderes especiales contra humanos blandos y manipulables, sino que los roles van rotando y no le da oportunidad a lo predecible.
Los protagonistas de True Blood son Sookie y Bill. Ella es una chica de pueblo con la capacidad de escuchar los pensamientos de los demás (la telepatía, característica que solía ser de los vampiros, es transferida ahora a una humana). Sin embargo, no es la única que tiene capacidades especiales ni los vampiros son las únicas criaturas diferentes en este universo diegético. Parece ser que hay lugar para todos y de hecho, lo hay, pero eso se descubre, dosis a dosis, en 24 capítulos.
[1] En Nosferatu (F. W. Murnau, 1922) las características estéticas del expresionismo alemán ofician de marco ideal para representar al gran vampiro que desplaza sus garras y su joroba, en forma de sombra, por el castillo tenebroso y oscuro que lo alberga. En 1931 se produce Drácula (Tod Browning), la primera película sonora sobre el Conde y comienza el mito. Bela Lugosi personifica al aristócrata y eslavo seductor vestido de blanco y negro con una amplia capa, características a partir de ahora asimiladas como propias del Conde y haciéndose extensivas en cada futura representación.
Ya en los 50 aparece Horror of Drácula. Debuta Christopher Lee como el Conde y Peter Cushing como el cazador Abraham Van Helsing.
Comentarios