Un sentido de justicia social se desprende lentamente de The Yellow Sea (2011). No porque los marginados personajes la encuentren, sino porque Na Hong-jin (The Chaser,
2008) los trata con la igualdad que no compartirían de habitar una
misma realidad. El mafioso, el profesional entrenado, el jefe de la
pandilla, el subordinado, el que hace el trabajo sucio; el más flaco
eslabón de la cadena que una sociedad expulsiva va generando. Todos y
cada uno de ellos habitan la misma realidad, sin distinción de
privilegios; todos, de alguna manera, comenzaron igual y es cuestión de
tiempo y dotes de supervivencia cuánto tiempo más seguirán vivos.
Un
hombre de unos treinta años cuenta en off: “Cuando era niño, la rabia
se esparció por el barrio. Después de matar a su madre a mordiscos, mi
perro se escapó. A los días volvió famélico. Me miró y, gruñendo, se
acostó. Me sostuvo la mirada hasta que murió. Esa noche lo quemé y lo
enterré al final del barrio. Esa misma noche, los ancianos del
vecindario lo desenterraron y se lo comieron. Después de esto la rabia
volvió a extenderse. Como ahora”.
La
premisa de que la vida que ha tenido y puede tener un josonjok
(coreanos étnicos) no ha variado en tres décadas marca desde el comienzo
el tono de la película.
Los
coreanos étnicos de China son una de las tantas minorías que comparten
el poblado país. El coreano chino no es chino, no es coreano, está en
una frontera rodeado de un mar amarillo que lo contiene y detiene.
Bordeado por limitaciones raciales, territoriales, y culturales, la
identidad queda definida por determinaciones, ninguna de ellas elegida, y
su etnia los une a un pasado remoto y a su vez los separa de una
situación concreta e inmediata: su país de nacimiento.
El
mar amarillo de un lado. El mar de Japón del otro. La frontera con
Corea del Norte. El límite con Rusia. El sueño con Corea del Sur. La
historia de guerras detrás. En esta complicada y desconocida región
llamada Yanbian (triple frontera entre Corea del Norte, China y Rusia)
comienza la historia.
Si
bien cruzar los límites de lo moralmente correcto y dejar en ridículo a
las instituciones (sobre todo a la policía) es un elemento ya visto en
el cine de Corea de Sur, Na Hong-ji sobrepasa estas barreras con total
naturalidad. En The Chaser,
la distancia que separaba a buscador y buscado era corta, no solo
porque el asesino serial como el ex-policía, y ahora proxeneta,
compartían la inmoralidad de sus actividades, sino porque el juego de
perseguir y encontrar se resolvía muy pronto, dejando lugar a que el
perímetro de la trama se expandiera y contrajera constantemente. La
película no seguiría, entonces, el clásico juego de buscar hasta
encontrar (spoiler[1]). Aquí, el director prefería hablar de una
sociedad hiperdesarrollada que remplaza las pulsiones de supervivencia
por tétricos y subterráneos deseos hechos realidad. En Yellow Sea,
el contexto es bien diferente. Las particulares condiciones de la
región de Yanbian, frontera eternamente conflictiva con un desarrollo
mínimo y precario, llevan a que se desarrolle una sociedad con leyes de
supervivencia a base de actividades ilegales.
Esta
distinción entre una sociedad hiperdesarrollada y una frontera pobre y
olvidada tiene su momento concreto en la trama cuando la acción se
traslada desde Yanbian a Seul, en un salto que no es solo geográfico. Si
en China la mano de obra barata eran los josonjok, en Corea del sur la
pandilla está conformada por coreanos del norte; si antes las
persecuciones eran entre peleas de perros y calles deshabitadas, en el
primer mundo serán en coche, esquivando gente que brota de las esquinas.
No hay armas de fuego. Ni los policías las tienen. Y los mafiosos matan
con cuchillos de cocina: doméstico, práctico, omnipresente.
La
película está filmada en un zoom constante, como si se estuvieran
observando y documentando minuciosamente cada una de las acciones. Los
movimientos de cámara desorientan pero no desubican, lo que evita que
caiga en la incoherencia espacial, ese mal que afecta a muchas de las
películas de acción contemporáneas y produce el consabido efecto video
clip. A su vez, el tiempo parece plano. Aunque cada escena tiene
innumerables acciones, el protagonista vive una situación trágica que no
variará. No hay un amanecer que esperar y la noche parece eterna. Tanto
es así que un calendario va marcando el paso de los días a modo de
cuenta regresiva.
Sin embargo, la potencia visual de The Yellow Sea no
se reduce a las escenas de acción. En uno de los momentos clave de la
película, se planea un crimen. El que ha de cometerlo le toma el tiempo a
la situación. Practica, cuenta distancias, ensaya. Mientras él está
fríamente inmerso en los detalles concretos del asesinato, se van
mezclando escenas de lo que será el asesinato, en un magistral juego de
superposición temporal y magnética sincronización. Recursos como éste o
las peleas a cuchillo y ríos de sangre, con un fino equilibrio para no
pasar a lo gore o pornográfico, hacen que Yellow Sea
se destaque y que podamos ubicar a Na Hong-ji dentro del grupo de
directores coreanos que se distancian del cine de autor pero también del
cine comercial; que producen películas pensados dentro de la lógica
comercial, pero que, sin embargo, adoptan elementos que los alejan de
las formas del circuito comercial convencional. Una tercera vía que
reúne a una lista de directores, corrientes y modos de hacer que se
caracterizan por cuestionar los parámetros del cine comercial y de
género a través de un discurso contundente, transgresor y con huella
personal.
__________
[1] En The Chaser,
la historia es atravesada por un incidente que solo (y sutilmente) se
resuelve hasta el final. Un hombre ha arrojado heces humanas a la cara
del intendente de Corea del Sur frente a la prensa. Incidente que tiene
lugar mientras la policía está custodiando la visita del intendente al
mercado de Seúl. Razón por la cual los jefes del departamento de
policías priorizan que se promocione el enjuiciamiento del agresor,
antes que la investigación de los asesinatos que un loco dice haber
cometido. La última escena de la película, una vez que todo salió mal
debido, en parte, a la ineficiencia burocrática y política, el Chaser,
fracasado en su intento por encontrar con vida a la última víctima del
asesino; ensangrentado y derrotado, va al encuentro del custodiado
intendente que rápidamente es metido en su coche de lujo. Es recién en
ese momento y con esa mirada sostenida de uno y la huida patrocinada del
otro, cuando cada uno de los incidentes que forman la película es
atribuido a un orden institucional enfermo que organiza la existencia de
los individuos que viven dentro de su estructura y que integra o
expulsa según a quién. Magistral y sutil cierre de una ópera prima que
ya es un debe-ser-visto del cine de acción contemporáneo.
Comentarios
Muy bueno!!
el análisis de contexto social.